Desde hace muchos años, recuerdo casi desde pequeño, cuando me compraron mi primera cámara, era super chula, con esos carretes alargados, y botón naranja, su pequeño visor; me encantaba pasar la película cerrando y abriendo la cámara, ese sonido de click- click te atrapaba y querías gastar las 24 exposiciones a la menor oportunidad.
Creo que antes incluso, habían empezado mis juegos con la iluminación. De los muchos recuerdos que tengo de mi primer colegio, los más intensos tienen que ver con los espacios y como estaban iluminados, las ventanas con cortinas blancas por la mañana, como la luz inundaba el salón principal de aquella casa antigua. Había también una torrecita a la que subíamos de vez en cuando, con dos grandes ojos de buey, que daban una atmósfera misteriosa a aquel desván. El castaño del jardín al que salíamos a jugar que en invierno florecía de blanco, hacía unas filigranas con el sol mañanero que nunca olvidaré.
Jugar con la iluminación, es pensar la luz en cada oportunidad, casi sin darte cuenta, sentir la iluminación de una escena a través de una sencilla escena, cuando pasas largas tardes de invierno junto a la mesa camilla de tus abuelos y estás pendiente de cómo la lámpara antigua ilumina la habitación, los cuadros, los sofás, casi en penumbra, cuando paseas por un parque y el paseo se convierte en un momento mágico de luces, colores y sombras
Cuando era ya adolescente, recién llegado a Málaga, me compré de segunda mano una cámara reflex, una canon A1 modelo de principios de los 80, más manual que las compactas de la época, y por lo tanto con más posibilidades de control de la luz y la exposición, con la que experimenté en carretes en color, blanco y negro, y en condiciones muy especiales. Aún recuerdo visitando a mi familia en Madrid, unas fotografías en el museo del ferrocarril, aún conservo esos negativos, probando a crear atmósferas evocadoras en un vagón vacío. O la fuente creo que de las tres gracias colocada entonces en lo profundo del Parque de Málaga, con un carrete que casi se me vela, pero que le dio ese toque de foto vintage que tanto me gusta.
Durante mi época de juventud, en los veranos, volvía a Madrid, desde donde viajaba a muchos sitios, di rienda suelta a mi imaginación en la vieja Castilla, con preciosos monasterios, iglesias , jardines de ensueño y paisajes de esta nuestra España no tan conocida, o ya en mi época universitaria, un gran viaje que hicimos los amigos a Galicia donde pude jugar con los colores fríos de la lluvia y a la vez con un tímido sol que iluminaba las barcas de las rías.
Ahí reside el secreto, me emociono con esos pequeños detalles, doy rienda suelta a mi imaginación y la traslado a lo que veo. Me gusta pensar que llevo por dentro esa capacidad innata de usar la luz para expresar sentimientos y contar historias. Quiero emocionar captando esa luz de ternura en los mofletes de un bebé, ese toque mágico que se consigue con el sol inundando la cámara en unas fotografías de boda.
Este post que trata sobre fotografía y el fotógrafo , he querido que sea una forma de explicar cómo he llegado a ser lo que soy hoy en día en Málaga, lo cual define mi forma de sentir lo que realizo todos los días en mi estudio. Estas dos últimas fotos, son de mi padre, un enamorado de la fotografía, que nunca se dedicó de manera profesional pero bien podría haberlo hecho, calidad no le faltaba y sobre todo sensibilidad. Gracias a él, y al gran amor que me transmitió hacia la imagen, crecí soñando con algún día ser fotógrafo. Son dos fotografías con las que él consiguió captar mi personalidad, soy así sin más. E intento conseguir lo que mi padre conseguía en mis retratos, ir más allá de una cara bonita, e atrapar a través del objetivo la esencia de la persona, quién es más allá de las apariencias.
Pienso la luz y siento la fotografía como mi forma de vivir en todo lo que hago, desde que entendí que que lo que emprendiera tenía que emocionarme, divertirme, y así, convirtiendo el trabajo en juego, como el niño que una vez fui y siempre querría volver a ser, tomar una actitud distinta, quitarle esa seriedad petulante a la vida muy de moda a veces, y ser capaz de arriesgarme más, ver todo lo que tengo que mejorar, probar cosas nuevas. Cada día creo que lo consigo, aprendo a ser un niño que juega con cada momento, experimenta, prueba, crea mundos mágicos, porque al fin y al cabo, como todos sabemos, la vida es un juego y los juegos, juegos son… o algo así era
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